Un constante desafío artístico es cómo mostrar al público lo que ya es conocido, cómo regenerar el interés de la platea cuando se sabe la historia, cómo despertar el aplauso si lo que se cuenta circula desde hace tiempo. El aporte individual de cada elenco en el reciente Festival Internacional de Teatro Córdoba para la Infancia y la Juventud ha sido fundamental para abordar clásicos de una forma rupturista que, lejos de desconfigurarlos, permitió repensarlos atractivamente.
Para los más chicos, una de las opciones fue “Cenicienta desencadenada”, en puesta de la Comedia Infanto Juvenil del Teatro Real dirigida por Cristian Palacios (con reposición a cargo de Xavier Del Barco). En este caso, la protagonista no quiere acomodarse dócilmente en los sectores de la realeza, sino que confronta con las formas y modos de ejercer el poder, con planteos feministas, ecologistas y de defensa de los derechos humanos en forma sutil, sin la intención de aleccionar a nadie. Un personaje distinto al del relato que popularizó Charles Perrault (hay otros previos y posteriores aunque con argumento similar), que desafía las convenciones y se muestra con más decisión que el propio príncipe que la busca. La reflexión apunta también al hecho de que el amor no es fácil y que para congeniar, hay que ceder en una construcción común de la vida en conjunto.
Las actuaciones de Matías Etchezar, Pedro Parolini, Martín Gaetán, Carolina Godoy, Belinda Gómez, Eugenia Hadandoniou y Eric Venzon suman la música original de Guillermo Bonaparte en las canciones, con un cierre a ritmo de retirada de murga uruguaya, acotada en cantidad de voces.
Una tragedia para reír
Y si de historias conocidas hablamos, William Shakespeare trascendió con “Hamlet”. A su vez, la prolífica dramaturga y directora María Inés Falconi hace lo propio con su versión gauchesca, rebautizada “Jamle”, una maravillosa experiencia de cómo recontar la tragedia dinamarquesa en la Pampa húmeda argentina.
Ya desde la primera escena, cuando el fantasma del rey asesinado por su hermano se le presenta a cuatro gauchos y les exige que representen lo que le pasó, la obra avanza decididamente en el terreno de una comedia que sorprende a cada paso, con música de guitarra en vivo (con folclore, rock y blues), teatro de objetos e interpretaciones impecables de humor grotesco.
El alma en pena sólo pretende que, en una función, se salden todas las deudas y pueda descansar en paz. Como es previsible, no le resulta simple, sino que la acción se irá complejizando con las diferentes escenas, los sucesivos personajes y el compromiso creciente de los improvisados actores que sufren las injusticias que deben representar, hasta un final en que queda solo con el guitarrista mudo, para cantar “Let it be” de The Beatles, con letra cambiada: cierra con “To be or not to be”, el “ser o no ser” originario.
El pulso de Falconi tuvo a Leo Spina, Claudio Provenzano, Marcelo Balaa, Matías Hirsch y Fede Duca como eficientes intérpretes de sus deseos y objetivos, aplaudidos a rabiar.
La despedida
Cuando llega la última obra de todo festival que ha sido gozoso, siempre hay un dejo tristeza por la despedida. Pero si el responsable del cierre es el histórico grupo cordobés Cirulaxia, está la confianza de que el cierre es a todo lo alto.
En esta oportunidad, la propuesta fue una síntesis en sí misma de sus 35 años de trayectoria, que lo ubican como referencia del teatro nacional y le dieron merecida proyección fuera del país. “Ikapo. Un vuelo por los márgenes” es la puesta escénica del mito de Ícaro, el que muere por tratar de llegar hasta el sol; pero también una reivindicación de la necesidad vital de soñar, de la importancia del amor y de la atención a nuestros deseos, volcada en un trabajo detallista al extremo, con actuaciones brillantes, la precisa manipulación de marionetas de madera y de un espacio que estaba constantemente reconfigurado, deslumbrante uso del teatro de sombras (a partir de máscaras de alambre común) y un arranque con el humor tradicional del elenco, que luego muta a aspectos más reflexivos y conceptuales sobre el vivir.
Todo está a cargo de tres aedos-narradores que llevan adelante la trama y explican el surgimiento y la razón del castigo sufrido, y que reúnen tres generaciones de los Cirulaxia: José Luis de la Fuente, Víctor Acosta y Alejo Ruiz Michavila, con la dramaturgia de Rodo Ramos y la dirección de Gastón Mori.
“Reescribir nuestra propia historia no parece tarea fácil. Revisar, releer, reescribir y volver a escribir una y mil veces más si hace falta. Alguien contó la historia, pero otros miles la escucharon; se le da voz a los ignorados, a los olvidados para reconstruir ahora sí y de una buena vez su propia historia que es suya, pero es la de muchos y muchas”, avisa la sinopsis; y lo cumple a la perfección ya que circulan en la obra el padre de Ícaro, Dédalo; su madre Náucrate; su primo Perdix; el rey Minos y su esposa Pasífae, y el Minotauro.
En definitiva, el teatro (y el festival que acaba de terminar en sí mismo) tiene esa misión: dar voz a quienes no la tienen, representar lo no visto, empoderar a los más débiles e ilusionar a los que creen que todo está perdido. Esta vez, lo logró.